Equipo, trabajar en equipo y competir

José Carrascosa
Equipo, trabajar en equipo y competir

“Nunca el talento individual podrá superar al talento de TODOS JUNTOS”.

Un equipo competitivo precisa de mucho más que una buena plantilla de jugadores

¿Cuántos forman un equipo?, ¿veinticinco jugadores?, ¿más los técnicos?, ¿más los servicios médicos, utileros, delegado…? ¿Puede ser el capital humano de un equipo entre cuarenta y cincuenta personas?

Un recuento así ignora a alguien que vive en el vestuario, alguien decisivo que marca la diferencia en la competición. Se olvida del EQUIPO. Solo contempla a las personas o individuos e ignora las complicidades que puedan establecerse en su dinámica interna. Se olvida del EQUIPO y de otras complicidades que son realidades de carácter plural, recursos colectivos que tienen mucho valor. Además de las personas (recursos individuales) está el equipo (realidad colectiva).

Entre los componentes o recursos de un equipo se debe distinguir entre personas (recursos individuales) y complicidades (recursos colectivos). Por ejemplo, quien vive en pareja, realmente en su casa viven tres: dos personas y la pareja, que también tiene entidad y vida propia. En una casa donde vive una familia de cuatro miembros, vive mucha más “gente”: cuatro personas (padre, madre y dos hijos), más la pareja, la familia, los hermanos… La buena convivencia ha de favorecer que todos los miembros (personas y complicidades) se sientan atendidos en sus necesidades, cada uno de los cuatro, pero también la pareja, la familia, los hermanos… Si cada uno de los cuatro vive ensimismado, atendiendo solo a sus propias inquietudes y necesidades, se atentará contra la buena salud de pareja, familia. Es necesario “hacer” pareja, “hacer familia”, “crear el sentimiento de hermanos”… de igual forma es necesario “hacer equipo”.

En la dinámica interna de un equipo surgen un sinfín de complicidades que pueden ayudar o dificultar el funcionamiento como equipo, que pueden dar o quitar músculo al equipo. Si se trabaja sobre ellas, favorecen el trabajo en equipo y hacen equipo. La complicidad mayor y más potente es el propio EQUIPO. Un equipo es “alguien” que tiene vida propia, piensa, siente, asume valores propios, se plantea desafíos o metas, crece, se desarrolla, alcanza su plenitud (equipo), envejece y puede morir. Otros recursos colectivos o complicidades dentro de un equipo son la plantilla de jugadores, el cuerpo técnico, los capitanes, servicios médicos… Alimentar todas esas complicidades, unirlas y alinearlas en la misma dirección dan vida, fuerza y protagonismo al equipo.

Por tanto, un equipo lo forman recursos individuales (personas) y colectivos (complicidades) surgidas en su dinámica interna y TODOS JUNTOS hacen un EQUIPO FUERTE cuando trabajan en equipo, cuando funcionan juntos, asociados, alineados y de forma cooperativa.

Establecer complicidad y generar compromiso, alinearse JUGADOR y EQUIPO

El jugador más egoísta, si realmente es inteligente y comprende el papel del equipo, será un verdadero jugador de equipo. JUGADOR y EQUIPO deben convivir, establecer complicidad, comprometerse, alinear sus objetivos porque ambos se necesitan. El jugador necesita al equipo y este a los jugadores.

EL EQUIPO

El EQUIPO necesita de la mejor aportación de cada uno de sus miembros, que lógicamente puede ser diferente por parte de cada uno. Todos darán al equipo esfuerzo, compromiso, ayuda, colaboración, buena convivencia, apoyo al compañero… y cada uno ofrecerá un trabajo específico, unas cualidades diferentes, un talento singular. El equipo necesita lo mejor de cada uno, lo mejor de todos. Desde el concepto de “inteligencia distribuida” el talento de un equipo no es el sumatorio de aportaciones individuales, es un talento colectivo, nuevo, único y diferente generado entre todos. La colaboración de talentos individuales no son una suma sino una multiplicación que crea algo nuevo, diferente, muchísimo más potente y eficaz, un talento colectivo. El equipo acaba teniendo su propio talento.

EL JUGADOR

El JUGADOR necesita imperiosamente del EQUIPO. El talento individual cobra sentido y valor al servicio del equipo. El rendimiento individual se beneficia del buen trabajo del equipo. Messi no es el mismo jugador cuando juega con el FC Barcelona que cuando lo hace con la Selección Argentina. El desarrollo deportivo individual también es mayor en un contexto de trabajo en equipo de calidad, en el que el nivel de exigencia y la competencia interna sean muy altos.

Además, el jugador solo puede acceder al logro de sus metas individuales a través del éxito del equipo. El equipo hace jugar mejor, hace mejores a sus jugadores, logra títulos, aumenta los ingresos económicos, mejora la proyección profesional y otorga prestigio, reconocimiento, fama…

JUGADOR Y EQUIPO

JUGADOR y EQUIPO se necesitan mutuamente. Los jugadores han de establecer complicidad con el EQUIPO y este generar compromiso por parte de ellos. Se trata de una simbiosis que enriquece y desarrolla a ambos. El equipo es el mejor socio que puede encontrar el jugador para su rendimiento, desarrollo deportivo y alcanzar sus metas. Estamos en una sociedad en la que es clave establecer sinergias y encontrar complicidades. Quien se aventura a realizar un recorrido profesional en solitario no llegará muy lejos. En cambio, quien encuentra buenos socios que caminen en la misma dirección tendrá un recorrido mucho mayor.

Normas, roles, valores compartidos, metas comunes… son los pilares sobre los que construir un EQUIPO

En posteriores artículos iré desengranando en profundidad los elementos que dan estructura a un equipo. En este artículo solo pretendo presentar lo que entiendo como “ingeniería grupal”.

El buen funcionamiento de un equipo requiere de unas normas claras y consensuadas que hagan posible un buen clima de trabajo y una buena convivencia. Las normas no han de ser muchas, sino las justas para trabajar bien y convivir a gusto. En la sociedad actual las normas no pueden venir impuestas y exigidas de forma coercitiva. Mejor que se entienda la necesidad de unas normas, se participe en su elaboración, se fomente un compromiso común para su respeto y se prevean sanciones por un posible incumplimiento. Insisto, siempre será mejor desde la comprensión, el consenso y la aceptación que desde la imposición y la amenaza.

Los roles internos dentro del equipo deben estar bien definidos, ser claramente identificables y aceptados. Además de distribuir los roles, el entrenador ha de lograr que sean aceptados por los jugadores. No suele haber problema en la distribución de los roles formales (porteros, defensas, centrocampistas, delanteros, capitanes…) Surge el conflicto más con los roles informales, como aceptar que un jugador inicie la temporada teniendo un rol secundario dentro del equipo. El trabajo de información y convencimiento por parte del entrenador es clave. Debe ser claro y honesto, porque medias verdades generan confusión y malestar. La ambigüedad de rol genera frustración, impide la cohesión interna y va en contra del rendimiento del equipo. Entrenador y jugadores han de estar muy vigilantes ante la aparición de roles informales de tipo tóxico, que se vuelven contra la convivencia y el buen funcionamiento del equipo, como por ejemplo el veterano que trata de imponer la “ley del mal veterano” (quejas, reproches, condicionar el esfuerzo, anteponer sus intereses egoístas…)

Un equipo necesita de unas señas de identidad que le hagan ser único y diferente, que contribuyan a que sus miembros se sientan diferentes por pertenecer a él. Los valores compartidos por los miembros del equipo otorgan personalidad al equipo. El entrenador no debe imponer al grupo sus valores, sino lograr que el grupo los haga suyos, por lo que deben ser valores compartidos. Los valores son a las personas y a los grupos como las raíces a los árboles. El árbol bien enraizado aguanta los embistes de la climatología, mientras que otro con poca raíz sucumbe. Los valores organizan el comportamiento de las personas dentro del equipo.

Sobre las metas hablaremos en otros artículos. Solo invitar a la reflexión de que las metas no pueden ser impuestas al equipo y tampoco es recomendable moverse por metas excesivamente ambiciosas. Fijar grandes metas y a largo plazo no funciona y es un camino que lleva al estrés del equipo. Las metas consensuadas funcionan mejor sobre la motivación grupal, especialmente aquellas que son inmediatas o próximas, y las que tienen que ver con el aprendizaje y mejora permanente o el acercamiento a la excelencia individual y colectiva. Metas muy potentes son las relacionadas con la autorrealización personal y colectiva, aquellas que dar valor a las personas y el equipo, que les hace elevarse por encima de ganar o perder, que les hace sentirse trascendentes, que dan sentido a sus vidas.

Desde el liderazgo individual hacia el liderazgo colectivo

El líder natural del equipo es el ENTRENADOR. Su gestión diaria de la dirección del equipo es determinante para que los jugadores le aúpen a la condición de “auténtico líder” del equipo. El entrenador tiene el poder de decidir, el poder que le otorga su rol. El liderazgo lo alcanzará sólo desde la honestidad y el convencimiento.

El líder inteligente no desarrolla un liderazgo individual, personalista, sino que trabaja diariamente para crear un “liderazgo colectivo”. El entrenador evangeliza, trata de difundir su visión y convencer respecto a su filosofía o método de trabajo, estilo de juego, metodología de entrenamiento, valores… Primero lo hará con los capitanes a los que debe ganar para la causa común. Lo debe hacer de forma honesta, tratando de sumar colaboradores que compartan su visión, estando dispuesto a ajustar sus criterios. Y posteriormente entrenador y capitanes tratarán de generar una inercia colectiva, ir sumando seguidores desde el convencimiento honesto, siempre en beneficio del equipo. El “comandante” de “ordeno y mando” responde a un estilo de dirección obsoleto y caduco en la sociedad actual, alejado totalmente del liderazgo.

El liderazgo que tiene peso es el de casi TODOS JUNTOS en la misma dirección, el liderazgo colectivo, sabiendo que el líder natural es el entrenador. Los jugadores deben entender que el entrenador dé participación, escuche, dialogue, delegue… pero luego decida, la responsabilidad de las decisiones es suya. El funcionamiento de un equipo debe ser participativo, debe favorecer la participación de sus miembros, pero no puede ser asambleario. Las decisiones competen al entrenador. Es del todo imposible aglutinar a todos los integrantes de la plantilla en una misma dirección, siempre habrá algún disidente. Es lógico, es la realidad misma. No tiene que haber ningún problema. Lo importante es sumar al liderazgo colectivo a una inmensa mayoría, de forma que casi todos se alineen en los mismos objetivos.

Construir la cohesión interna

En el seno de un grupo surge una dinámica interna que tiene mucho que ver con cómo se relacionan sus miembros. Las relaciones internas tienden a establecerse por afinidad. Los jóvenes, los veteranos, los que más tiempo llevan en el equipo, los recién llegados, los que hablan un mismo idioma… tienden a relacionarse entre sí. La dinámica interna no puede evolucionar de forma espontánea sin un trabajo planificado porque el grupo puede evolucionar a ser simplemente un conjunto de subgrupos sin mucha relación y lo peor es que también existe el riesgo de que evolucione hacia subgrupos enfrentados. Subgrupos alineados en torno a líderes enfrentados dibujan un vestuario dividido, un equipo agrietado o quebrado.

Es necesario observar, vigilar y trabajar diariamente sobre la dinámica interna de un grupo de forma que vaya evolucionando hacia la cohesión interna, característica identitaria de lo que es un equipo. ¿Cómo se define la cohesión interna? Es la fuerza que une a los miembros de un grupo, que lleva a permanecer y seguir trabajando juntos especialmente en los momentos de dificultad. Siempre las victorias arman o unen y las derrotas agrietan a los equipos. La cohesión interna no debe dejarse a lo que acontezca, no puede depender del rendimiento del equipo, de ganar o perder, más bien al contrario, debe ser un factor que favorezca el alto rendimiento, debe construirse lo antes posible para ayudar al rendimiento.

Un equipo cohesionado tiene la complicidad y compromiso por parte de sus jugadores. Todos en la misma dirección supone mucha más fuerza que cada uno a su interés. Un equipo cohesionado tiene “alma”, piensa, siente, trabaja como uno y reacciona como uno, es identificable por sus valores y su forma de trabajar o competir sobre el terreno de juego.

La cohesión interna coincide con la etapa de madurez de un equipo en la que desarrolla su mejor rendimiento. Muchas plantillas nunca alcanzan la condición de equipo, no pasan de ser un grupo de profesionales que comparten una actividad y unos objetivos pero que no sienten complicidad ni compromiso.

“Ser equipo” se siente. Si uno se para a pensar si somos equipo malo, algo estará fallando. Ser equipo supone un componente emocional, es complicidad, compromiso, sentirse vinculado, estar identificado, sentimiento de pertenenciacohesión interna. Hablar de equipo no conlleva necesariamente a ser equipo, “¡somos equipo!” acaba siendo un mensaje hueco y retórico en muchas ocasiones.

Se pueden distinguir dos tipos de cohesión interna:

  1. La cohesión basada en la afinidad personal y social (cohesión social); y
  2. La cohesión centrada en el juego sobre el terreno de juego (cohesión en la tarea). Lo deseable es trabajar para construir ambas. La cohesión social es necesaria, la cohesión en la tarea es imprescindible. Ambas se complementan y ayudan a dar cohesión interna, a construir un auténtico equipo.

¿Qué comparten equipo, familia y amigos?

En torno a la idea de equipo circulan algunos equívocos. Afirmaciones como “el equipo es como una familia”, “ayuda a ser equipo que, además de compañeros, sean amigos”: no las comparto. La familia es la familia, los amigos son los amigos, el equipo nunca puede sustituir a la familia o a los amigos. Sería ridículo pensarlo.

Pero sí que hay algo que comparten familia, amigos y equipo. ¿Qué pueden tener en común? Pues complicidad y compromiso. Con los familiares y con los amigos existe un vínculo, también en forma de complicidad. Familia y amigos son algo importante para cada persona y nadie quiere que ese vínculo se rompa. Incluso se está dispuesto a hacer renuncias personales con el propósito de mantener estos vínculos, familiares y de amistad. El equipo también genera complicidad y compromiso. Si se entiende la importancia del equipo por parte de sus miembros, se estará en disposición de cuidar ese vínculo y no hacer nada que pueda atentar contra él.

Hay que cuidar al equipo para no poner en riesgo esa complicidad y compromiso que hacen posible la cohesión interna, factor determinante para ser un auténtico equipo competitivo.

¿Quién construye al equipo, quién tiene la responsabilidad de construir al equipo?

El equipo se construye ENTRE TODOS. Lógicamente el “ingeniero” de la compleja obra de construir un equipo es el entrenador. Él dirige y proyecta la construcción. Pero él no puede construirlo solo. Necesita de la ayuda de todos y cada uno de los miembros del equipo. Cada uno desde su rol debe trabajar para el equipo, alinear sus intereses con los del equipo y entender que la satisfacción de las metas personales llegará a través del éxito del equipo.

Al entrenador no se le puede dejar solo en el team building, inhibiéndose de esta responsabilidad para luego criticarle o pedirle responsabilidades. ¿Qué está dispuesto a hacer cada uno por el equipo? Esta es la reflexión. No todos tienen que hacer lo mismo, cada uno debe hacer lo suyo, lo que le compete desde su rol. Pero siempre sabiendo que las grandes decisiones sobre el equipo las toma el entrenador.

El rendimiento individual se explica desde un contexto de TRABAJO EN EQUIPO

Cada jugador desempeña un rol o desarrolla unas acciones específicas de su posición. El trabajo en equipo no es la suma de once trabajos individuales. El trabajo en equipo es un trabajo, un solo trabajo, realizado entre todos: es un trabajo sincronizado entre once futbolistas que exige asociarse, ayudarse, hablarse, combinar, complementarse (coberturas, vigilancias, permutas, combinaciones, desborde, superar líneas…). El trabajo en equipo funciona como un reloj en el que si falla un engranaje el reloj se retrasa, se adelanta o deja de funcionar con exactitud.

El talento individual tiene sentido al servicio del trabajo en equipo y cobra su valor dentro del trabajo colectivo, al servicio del equipo. El talento egoísta desajusta el trabajo en equipo.

El contexto de trabajo en equipo determina el rendimiento individual. En un contexto en el que no existe complicidad o compromiso, no se puede hablar de equipo, no se puede esperar un rendimiento individual óptimo. El jugador juega mejor cuanto mejor juega el equipo, el jugador compite mejor cuanto mejor compite el equipo, el jugador es mejor cuanto mayor rendimiento tiene el equipo. Muchas veces el análisis se realiza a la inversa equivocadamente, “el equipo no funciona porque los jugadores importantes no están rindiendo”. No es así. Mejórese el contexto de trabajo en equipo y los buenos jugadores multiplicarán su rendimiento, marcarán la diferencia.

Una consecuencia de este análisis es que el auténtico protagonista es el equipo. Jugar bien es una tarea colectiva solo posible desde el trabajo en equipo, en el que las aportaciones individuales, siempre necesarias, han de estar al servicio de un plan de juego, de una tarea colectiva. ¿Quién es el jugador más importante? ¿El goleador?, ¿el portero?, ¿el centrocampista o cerebro?, ¿el que más minutos lleva jugados en la temporada?, ¿el que juega de reserva y participa unos minutos para aguantar un resultado o el que ha marcado el gol? Todos los jugadores son necesarios, ninguno es imprescindible. El único imprescindible es el EQUIPO, es el “jugador” más importante y decisivo, que no se puede fichar porque no está disponible en el “mercado” de fichajes, sino que se ha de construir internamente. El EQUIPO es el jugador 26, el mejor jugador de una plantilla.

El EQUIPO es el mejor socio del jugador para obtener rendimiento, títulos, desarrollo profesional, proyección y reconocimiento social. El equipo no es nadie sin la aportación generosa e inteligente del JUGADOR. El buen funcionamiento de un equipo exige cuidar la psicología individual y grupal, que el jugador se sienta atendido y satisfecho en sus inquietudes a la vez que el grupo se sienta único, diferente, fuerte y protagonista frente a otros equipos. EQUILIBRIO es un concepto clave para entender el funcionamiento de un EQUIPO: equilibrio sobre el terreno de juego para superar al rival, equilibrio en el vestuario para hacer posible una buena convivencia y establecer complicidad, equilibro emocional para afrontar y gestionar la máxima exigencia y dificultad.

EQUIPO supone dar el paso de hablar de NOSOTROS más que cada uno de sí mismo, atender al colectivo y dejar de mirarse el ombligo. Somos mucho más que compañeros, somos cómplices en un proyecto apasionante.

En artículo posteriores entraré en detalle sobre los procesos que ayudan en la construcción de un equipo, en trabajar y competir en equipo.

José Carrascosa

José Carrascosa

Pionero de la psicología del deporte en España, ha trabajado durante más de 25 años con deportistas, entrenadores y equipos profesionales de primer nivel, ha colaborado en logros deportivos de sus clientes (ascensos, títulos nacionales y europeos, marcas europeas y mundiales, medallas olímpicas). Ha ayudado a que haya cambiado la percepción sobre las emociones y el alto rendimiento, desde “echarle güevos” a “competir”, desde el desconocimiento a la toma de conciencia del papel de las emociones sobre el rendimiento y el bienestar. Se considera un “artesano” de la educación y desarrollo emocional