“MIS DOS PASIONES: FÚTBOL Y PSICOLOGÍA”
por JOAQUÍN SORRIBAS
El fútbol me conquistó desde niño, me hizo soñar y apostarlo todo. La psicología “me salvó la vida” cuando el mismo fútbol me estaba “matando” y me dio la llave de mi propio bienestar. Ha sido una historia de resiliencia, de aprender sobre la marcha, ir soportando golpes sin dejar de avanzar, hasta llegar a ese punto dulce, de equilibrio, de saber manejar mi propio rendimiento y de disfrutar.
Me crié en Abella, un pueblo de 10 personas, a 1.400 m de altitud situado en el Pirineo Aragonés. Vivíamos rodeados de animales, en una zona salvaje de paisajes agrestes. Crecía con mi familia, conectado a la naturaleza, ajeno al fútbol y a muchas otras cosas. Jugaba en los recreos y con mi hermano.
En 1983, frente a aquella televisión en blanco y negro, España jugaba contra Malta. Necesitábamos 12 goles para clasificarnos en la Eurocopa. Jamás olvidaré ese minuto 84 en el que Juan Señor marcaba el 12-1. Me abracé con a mi padre y mi hermano, mientras mi corazón sufría un tremendo latigazo, recuerdo esa sensación en forma de certeza, ese “insigth” que te manda la intuición. Supe que quería ser futbolista. Sentí que ese era mi SUEÑO.
Como dice Victor Frank: “todo aquel que tiene un –porqué-, encuentra siempre el -como-”. Si yo tenía esa motivación, ese sueño, por difícil que fuera, encontraría el camino.
Pasaron 10 años, donde mi entorno me ofreció limitadas oportunidades y parecía avocado a interiorizar el mensaje fácil: “va a ser imposible”. Pero con 15 años logré federarme, calzarme mis primeras botas y ponerme a competir. La motivación me llevaba sola, era una máquina de resistir y persistir. Obviamente, también tenía un gran déficit técnico-táctico porque acababa de llegar, cualidad que algún entrenador en mi época juvenil no dudaba en señalar, con una pedagogía dudosa, condenando mis errores técnicos-tácticos e insinuando mi bajo nivel.
Pero con 17 años ya estaba debutando en 2B, no pensaba, solo jugaba con el corazón. Esa ilusión encendía mi pasión, que me hacía imparable. El desparpajo del debutante, que no sabe nada y por ello nada teme.
Este fue mi primer gran aprendizaje: la motivación es la palanca que mueva la acción. Si tienes claro lo que quieres y lo deseas mucho, no es seguro que lo vayas a conseguir, que no te engañen. Lo que sí es seguro, es que vas a resistir y persistir más que nadie. Si la ilusión es mayor que tus miedos, ya estás a mitad camino.
Cuatro años después de federarme, ya firmé un contrato profesional, con el Valencia CF. Tenía representante, iba haciendo entrevistas, llegó una marca deportiva a patrocinarme, empecé a tener seguidores, era popular. Un gran cambio.
Un día abrí los ojos y toda esa pasión se había trasformado en responsabilidad. Ya no disfrutaba igual. Sentía que no podía fallar, todo era obligatorio, ganar, jugar bien, dar el nivel. ¡Qué miedo daba decepcionar a todas esas personas que me apoyaban, me ayudaban, admiraban y esperan tantas cosas buenas de mí! Sí, ya apareció el miedo. Notaba esa presión, me sentía mal, superado, angustiado, inseguro. Pero no se lo decía nadie, porque pedir ayuda era mostrar fragilidad, estaba mal visto.
Lo canalicé como pude, con una estricta profesionalidad y un altísimo compromiso, me daba seguridad, a la vez que, explotaba en actos de indisciplina y problemas extradeportivos que me liberaban. Aunque ocasionales, me penalizaron y me costó romper un contrato con el Valencia CF y una sanción muy ejemplar con el Real Zaragoza. Menos mal que un entrenador, Manolo Villanova, se preocupó, me escuchó, me entendió y supo ver que subyacía una disonancia que me sobrepasaba. Paró mi segundo despido y me derivaron a una buena psicóloga, Charo Carcas. Solo tardó 3 meses en reorientarme, aunque la terapia duró 2 años más.
Con 20 años, mi profesionalidad volvió a ser excelsa, cambié la indisciplina por los estudios universitarios y maduré de forma vertiginosa. Un buen formador y una buena psicóloga salvaron la primera bola de partido.
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Mi segundo gran aprendizaje: la gestión del estrés y la responsabilidad. Durante un proceso formativo, la madurez de un jugador no es la adecuada, se requieren unos profesionales que ejerzan como referencias para los chicos en sus clubes. Entrenadores que sean formadores, la figura de psicólogos, psicopedagogos en las residencias de academias, incluso formación a los padres. Un chico, fuera de su casa, no podrá gestionar sus emociones solo.
- El compromiso. Ante un malentendido, una situación ambigua o disonante, la trayectoria personal anterior te avala o te condena. Manifestar valores como compromiso y la lealtad siempre ofrecen otra oportunidad, incluso el perdón.
- El miedo. Una mala orientación de las expectativas y de la motivación al reconocimiento, al resultado o a los demás, te avoca a la ansiedad.
Faltaban aún las respuestas orientadas al rendimiento en el fútbol. Nadie me habló jamás de variables psicológicas que se podían entrenar para estabilizar el rendimiento. Mi mejor nivel dependía de las típicas rachas de confianza y de la “magia” (parecía algo mágico cuando un partido llegaba tu mejor nivel y al siguiente no). Era típico recurrir a la superstición (entrar con el pie derecho y santiguarte), a rutinas automatizadas (todos los días de partido hacer exactamente lo mismo), a las velas encendidas de nuestras madres, incluso algún compañero ponía ajos en las porterías. Así estabilizábamos a nivel emocional nuestro estado mental de rendimiento. Yo lo copié de otros, así que iban tan perdidos como yo.
A todo esto, yo le sumaba mi inseguridad técnico-táctica, aún llevaba déficit de rodaje. Si batía todo eso en mi cabeza, era un cocktail de incertidumbre continua. De muchos nervios, dificultad para dormir antes de los partidos, preocupación, dudas, querer controlarlo todo. Lo pasaba fatal.
Esa mezcla de alta motivación e inseguridad me convertía es una “bestia parda” en los entrenamientos, insaciable en el gimnasio, en busca de consolidar sensaciones de seguridad. Y sí, las acababa encontrando. Pero creo que me podía haber ahorrado unas 30 pequeñas lesiones musculares.
Me preocupaba por el equipo, no de forma totalmente generosa, era una especie de “egoísmo inteligente”, hacer que el equipo se sienta muy muy bien, para yo estar un poco más seguro. También funcionaba. Aprendí mucho buscando la regularidad.
Varios fueron mis nuevos aprendizajes. Entregarte y ser leal al equipo da mucha seguridad, abnegarte y refugiarte en el “nosotros”, te quita el miedo a fallar, el miedo a la soledad. Solo le fallas al equipo cuando eres egoísta o desleal. Los errores, no penalizan. Dominar la tarea, automatizarla, repetirlo todas las veces que haga falta te lleva a una excelente autoconfianza. Ir a entrenar buscando ser mejor en la tarea, te da seguridad y te hace mejor. La responsabilidad justa es hacer tu trabajo de la mejor manera posible y hacerlo todos los días. Ser competitivo es luchar solo contra uno mismo. Centrarte solo en el buen trabajo, el mejor posible y superarte a ti mismo en esa ejecución. No hay excusa para no hacer el mejor trabajo, esa es la única responsabilidad.
Con 23 años, jugaba en segunda división A y logré estabilizar un buen nivel de rendimiento durante una temporada y media, 50 partidos muy ilusionantes para mi futuro. Pero de forma inminente e inexplicable, siendo un jugador habitual, una decisión unilateral de la UD Almería me precipitó a cambiar de equipo en el último día del mercado de enero. Me fui a la AD Ceuta de forma inmediata. No supe metabolizar el cambio y, un año después, se repetía la misma historia. El mismo 30 de enero del año siguiente, como un “dejavú”, estaba firmando otra rescisión de contrato, ahora me echaban de un equipo de segunda B y esta vez, con razón. Mi rendimiento había sido nefasto. Toqué fondo. Recordaba perfectamente hablar con mi agente de ciertas posibilidades de fichar por un par de equipos de 1ª división hacía un año, y en ese momento, me veía en 3ª división. La sensación de fracaso, de impotencia y de desesperanza, todavía la puedo sentir.
Llamé a mi amigo, José Carrascosa, uno de los mejores psicólogos deportivos del momento, y nos pusimos a trabajar sin descanso. Era la segunda vez que la psicología me salvaba la vida, cuanto menos deportiva. Trabajamos la concentración, la confianza, el autoconcepto, los pensamientos positivos, las expectativas, la motivación, las atribuciones y muchas cosas más. Salvé la temporada con nota. Media temporada en el Real Unión de Irún que terminaba el día de mi cumpleaños, con la crueldad del gol de Ramos, desde medio campo, en el último minuto de la prórroga, que daba el ascenso al Lorca Deportiva CF de Unai Emery. Pero eso era puro fútbol.
Ese mismo verano iba una vez por semana desde el Pirineo a Valencia. Tenía una sesión de 3 horas y me volvía. Esa nueva seguridad era muy motivante. Recuperé el carisma que mi inseguridad enterraba. Salió, no solo el mejor jugador que llevaba dentro, sino también, un buen capitán. No podía obviar mi propia transformación y sentí la necesidad de estudiar todo ese proceso que había vivido. Ya había terminado la diplomatura de magisterio y me comprometí con la licenciatura de Psicopedagogía. Buscaba saber más.
Pronto tocaría el cielo con mi fichaje en la SD Huesca. Firmaba como el hijo pródigo que volvía. Dos años después, cumplíamos el sueño de toda una provincia: ascender a 2ª división A. En aquel balcón de la plaza Navarra, repleta de aficionados, pude levantar el trofeo mientras me presentaban como “el gran capitán”.
Aprendí el que sería mi mejor compañero de viaje: manejar el “FLOW”. Esa maravillosa sensación de conectar con el partido, poner los cinco sentidos al cien por cien en la tarea y dejar que esta te absorba y te lleve. Sentir que todo lo ves, todo lo anticipas, no te cansas, no tienes miedo, eres atrevido. Llegar a mi mejor nivel sin esfuerzo.
Mi inseguridad no estaba muerta del todo. Volví a hincar la rodilla cuando un entrenador, que no se parecía en nada a un líder, que solo era una autoridad por su cargo, consiguió desestabilizarme del todo. Sus recurrentes desprecios se adueñaron de mi estado de ánimo. La insistencia de sus ataques, que el club reforzaba, me hizo interiorizar esa opinión, sin valor para ponerlo en duda ni cuestionarlo. Una tregua de mi entrenador me permitía pasar un buen día. Si mi entrenador se desmedía conmigo, mis emociones se apagaban todo el día.
Sentir que tus expectativas y tus emociones dependen de una persona que ni si quiera apreciaba, me llenaba de rabia, a la par que me abrumaba haber perdido el control sobre mis emociones y mi bienestar. Dependía de las decisiones y el agrado del entrenador. Quizá ahora le llamarían “Bullying”.
Volví a llamar a José Carrascosa, porque esa lección no me la sabía, ni la encontraba en los libros. Ya me había licenciado en Psicopedagogía y buscaba más respuestas matriculándome en mi tercera carrera, Psicología. De todas las veces que la psicología me dio una llave para mi bienestar, creo que me quedaría con esta tercera vez.
Fueron estas palabras que José me clavó a fuego: “tú, eres un jugador racial, un buen capitán, una persona con unos valores muy firmes, muy claros. Tus emociones no pueden depender del resultado o el valor que te de un entrenador, eso no depende de ti. Si tienes claros tus valores, solo haz tu trabajo de la mejor manera posible, siendo fiel a esos valores. Sea cual sea el resultado, te aportará una sensación de orgullo, satisfacción e integridad y no tendrán relevancia las opiniones de los demás, solo serán eso, opiniones”.
¡Que revelación! Entendí por qué se producían mis impulsos, mis frustraciones, mis vulnerabilidades. Debía “anclar” mejor mi autoconfianza en factores estables de mi propia personalidad, algo que siempre fuera mío, que nadie pueda cuestionar. Podría gustar más o menos, pero actuar según mis valores era toda y mi única nueva responsabilidad.
Fue el mejor aprendizaje porque era trasversal a la vida, mis emociones dependían de defender y respetar mis propios valores. Sentir en cada momento quien soy, qué defiendo, y caminar con autenticidad fue un proceso maravilloso. Si sé quién soy, sé lo que valgo, puedo buscar lo que merezco. Si no, lo que merezco dependerá de lo que me haga sentir otra persona (mi entrenador, mi pareja, etc…)
Le puse nombre a los valores que me identificaban, los definí con un sentido único para mí y los operativicé. AFECTO, ENTUSIASMO, CORAJE, HUMILDAD, SERENIDAD, GENEROSIDAD y LIBERTAD. Luego me los tatué. Cada día los veo y le recuerdo a mi conciencia que es lo único que debe evaluar. Me gusta defenderlos, me aporta siempre una herramienta para cualquier problema o desafío y, sobre todo, cuando todo se complica, me recuerdan cómo lo hice, cómo soy.
Me permitió disfrutar de unos años maravillosos de fútbol pasados los 30, ser mejor capitán, mejor líder, mejor persona. A los 37 años, me retiré, porque el CD Toledo insistió en que fuera el Director Deportivo en un momento muy delicado para el club. No tenía formación, pero sí me sentí seguro para afrontar cualquier desafío. Fue la gran prueba de liderazgo.
Hoy en día, en el Valencia CF, me siento en deuda con el fútbol y con la Psicología. Quiero seguir aprendiendo a poder ayudar mejor a cada chico, chica, en formación o profesional, a sacar su mejor versión en el fútbol y sobre todo a que disfrute de este maravilloso deporte, evitarle todo lo que sufrí y que el fútbol les regale lo que yo sentí. Hoy en día me parece inexplicable que no se invierta muchísimo más en la formación psicológica y emocional de los futbolistas, para que este maravilloso deporte deje de ser una trituradora de deportistas. Incluso las familias, deberían pensar más en un asesor, acompañante o mentor emocional de su hijo durante su formación que en agentes intermediarios u otras herramientas que parecen incuestionables para avanzar por este mundo.
La psicología, pese al estigma asociado a la propia palabra, no está relacionada solo con ayudar a personas con problemas, débiles o incapaces de avanzar en algo. Sobre todo, ofrece la posibilidad de aprender, crecer, evolucionar, de entrenar competencias emocionales, habilidades psicológicas, afectivas y sociales que acercan al bienestar, al equilibrio y al máximo nivel.
¿Qué sería capaz de dar un futbolista por la llave de su rendimiento?, ¿por llegar a su mejor versión siempre?, ¿y unos padres por garantizar el bienestar y el disfrute de su hijo en formación?, ¿por qué no se tiene en cuenta todavía? Queda un paso que dar, que se empiece a comprender que no es cuestión de magia, suerte o talento, que todo lo emocional se puede entrenar y el 80% de lo que nos sucederá dependerá de nuestro estado psico-emocional.
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