El valor del entrenador

Anabel Medina

Durante más de 30 años de dedicación en cuerpo y alma al tenis he intentado ir sumando conocimientos y aprendizajes adquiridos a través de todo el tiempo que he invertido en el circuito. El deporte es una escuela de vida, pero si tuviera que quedarme con una lección bien aprendida (y en la que seguir formándome) sería la de valorar más la figura del entrenador.

El entrenador es fundamental para el desarrollo de la carrera de un deportista y reconozco que, como jugadora, muchas veces no supe advertir hasta qué punto esta afirmación era algo a lo que debiera haber dado una mayor relevancia. Me pasó a mí, pero es algo que también percibo que les sucede a muchas de las tenistas con las que trabajo habitualmente.

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Dos entrenadores en casi 30 años

Sé que mi caso es muy extraño dentro del profesionalismo, pero durante 3 décadas de vida profesional, tan solo he tenido dos entrenadores: uno de ellos fue clave en mi formación a una edad de iniciación (Salvador Ros); y con otro he compartido toda mi carrera hasta el día de mi retirada (Gonzalo López). En una época en la que el entrenador parece ser una figura accesoria que se puede cambiar cuando los resultados no funcionan a corto plazo, las relaciones como la mía parecen casi de otro siglo, apenas existen. Lo cierto es que me considero una afortunada, porque esta circunstancia personal no habla bien de mí, sino de la increíble calidad humana y profesional de las personas que me han acompañado en este camino. Ahora, viendo con algo más de perspectiva mi carrera como jugadora, y ya trabajando en un rol de formadora, me enorgullezco de la tremenda fidelidad que he tenido siempre con mi equipo, y de la capacidad que tuvimos todos para mantenernos unidos en los buenos momentos (que afortunadamente fueron muchos), pero sobre todo en los malos, cuando una grave lesión casi me aparta de lograr mis sueños, o cuando los resultados pudieran habernos hecho dudar del camino a seguir.

La calidad humana del entrenador

Además de la convivencia diaria con Gonzalo, durante estos años he tenido la oportunidad de conocer a muchísimos entrenadores de una calidad profesional y humana extraordinaria. Fijarme en ellos me ha ayudado a saber discernir y a reconocer a los grandes profesionales, a esos que sobresalen por encima del resto. Aunque siempre hay excepciones, muchos de ellos destacan por ser personas humildes y generosas que se desviven para que sus jugadores puedan sacar su mejor versión, que saben valorar al jugador como deportista y como persona, y que son capaces de adaptarse a todo tipo de circunstancias.

Es fundamental tener presente que los malos momentos serán los mayoritarios, y que en el día a día las grandes protagonistas pueden ser las dudas, las incertezas, las lesiones y las derrotas. Y el buen entrenador es el que sabe lidiar con eso, teniendo la humildad suficiente para decir al jugador cuando lleguen los buenos momentos: “Yo te acompaño en el camino, pero el que consigue los éxitos eres tú”.

Aportar lo mejor al jugador

El entrenador de un jugador profesional que se desarrolla en la élite debe aportar su experiencia y sus consejos, eso es evidente. Su perspectiva de las situaciones desde un prisma diferente le ayuda a ser objetivo y le capacita para poder transmitir al jugador un mensaje claro que le ayude a abrir los ojos o a reaccionar si hiciera falta.

El entrenador quiere lo mejor para el jugador y, por lo tanto, para sí mismo. Los objetivos son compartidos y las ambiciones deportivas deben ir de la mano, ya que un desequilibrio en esta balanza puede ser muy dañino para la relación profesional. Para ello es clave desarrollar una honestidad mutua a la hora de establecer las pautas de mejora y los horizontes a alcanzar. Las palabras claves son la sinceridad y la comunicación. Porque no todos los jugadores tienen el potencial para ganar Wimbledon o Roland Garros, pero todos tienen la capacidad para llegar al máximo de sus posibilidades.

De esta sinceridad recíproca surgirán las felicitaciones por el trabajo bien hecho, por el esfuerzo y por los objetivos cumplidos. Pero también la capacidad mutua para entender los errores y para comprender las situaciones que surjan dentro y fuera de la pista. Y es que, a veces subestimamos la importancia que tiene saber poner un hombro en el que el jugador pueda apoyarse y afrontar tanto los buenos como los malos momentos.

En estos años he sido testigo de muchas situaciones en las que he comprobado en primera persona cómo entrenadores han conseguido que un jugador sea capaz de sacar lo mejor de ellos mismos. Pero lamentablemente, también he presenciado cómo, por mala gestión de sus entrenadores, algunas deportistas diluían su talento y perdían sus capacidades, sobre todo mentales.

Entrenador, favorecedor del desarrollo del talento

La vida de un deportista comprende todo el periodo desde que el tenista comienza a entrenar (5-10 años) y más tarde a competir, hasta que disputa su último partido por última vez, algo que en el caso del tenis puede tener lugar hasta los 35/40 años. Y todo ese proceso requiere de tomas de decisiones que deben ir acordes a la madurez del deportista. Por ello, los formadores deben ser conscientes de que su figura es capital para la carrera y para la evolución de un deportista y que sus conocimientos deben ser una guía y una brújula en el aprendizaje diario, especialmente en épocas de iniciación y en etapas tan complejas como la adolescencia. El trabajo exitoso en este periodo hará que los cimientos sean sólidos en el futuro. Si no, el edificio acabará derrumbándose y el talento puede quedar desaprovechado.

La exigencia del profesionalismo hace que los jugadores pasen más tiempo con sus entrenadores que con sus propias familias. Por ello es fundamental llevar a cabo una reflexión personal que comprometa al entrenador a la hora de asumir una responsabilidad tan mayúscula como la de formar a alguien que quiere dedicarse en cuerpo y alma al deporte. Su futuro depende de un compromiso, que, por otra parte, debe ser mutuo. De nada sirve un entrenador entregado trabajando con un tenista anclado en el conformismo.

Respetando la postura de quien sostiene que la autoridad es la pieza clave del éxito, difiero de esta perspectiva. Creo firmemente que la relación ideal entrenador/jugador es aquella que se basa en la confianza, en el respeto y en la complicidad. En una reciprocidad de objetivos comunes basada, como decía antes, en la sinceridad y en una comunicación abierta y fluida.

Toda relación basada en el miedo, en la negatividad y en la sumisión está abocada al fracaso. Puede que ofrezca algún resultado cortoplacista, pero ningún éxito a largo plazo. Este tipo de relaciones suelen ser tóxicas y el jugador acaba perdiendo toda su identidad pasando a ser un ¨esclavo¨ de su entrenador, actuando por temor al fracaso y a no cumplir las expectativas de la persona que está “al mando” de su carrera. Tristemente, he presenciado numerosos casos de relaciones con este perfil en el mundo del deporte y la herida que han dejado abierta en los deportistas ha sido mucho más grande que el poco éxito que pueda haber sacado a cambio estos jugadores.

Gran responsabilidad, impulsar o inhibir

Me he encontrado con entrenadores manipuladores y autoritarios, a los que les cuesta gestionar su ego y que quieren sobresalir por encima del jugador, buscando (y encontrando) un exceso de protagonismo. Basan su dominio haciendo creer tanto a su jugador como a su entorno que todos los éxitos de “su” deportista los ha conseguido él. Suelen apropiarse de los éxitos de los tenistas, pero no son capaces de asumir como propios los errores o las derrotas de su pupilo, ya que estas le hacen sentirse humillado y decepcionado. Cuando los resultados no llegan, este perfil de entrenador suele caer en una rápida frustración y pierde el norte, adoptando una conducta negativa mediante la cual acaba dedicándose tan solo a señalar los errores de su jugador, minando por completo su confianza.

Si bien la fecha de caducidad de estas relaciones es limitada (los jugadores no tienen la capacidad de soportar esa presión de por vida) a veces los tenistas no son capaces de erradicarla al ser conscientes de la situación o ser advertidos por sus entornos. Muchas veces, por la dependencia generada, otras por el temor al fracaso. Y otras, por la falta de alternativas para trabajar con otros entrenadores mejor preparados.

A la hora de describir este perfil de entrenador, mi objetivo no es el de señalar a “malas personas”, ni mucho menos. Estoy absolutamente convencida de que muchos de ellos no obran con maldad, sino con un convencimiento de que están actuando de la única manera con la que saben conseguir objetivos resultadistas que cumplan las expectativas de su jugador, que no será otro que el de ganar.

Formación de entrenadores

Por ello, creo firmemente que el desarrollo y el crecimiento del tenis en España está indisolublemente ligado a la mejora de la formación de nuestros entrenadores.

En nuestro país tenemos la inmensa fortuna de que la mayor parte de los grandes jugadores que han hecho historia han seguido vinculados al deporte compartiendo sus conocimientos y sus experiencias con otros compañeros. Por eso creo que, en el escalón del profesionalismo, tenemos a los mejores entrenadores posibles.

Sin embargo, no debemos descuidar la base. Es ahí donde se pueden perder grandes talentos y enormes jugadores. Y si no logramos tener también una gran cantera de formadores, estaremos rompiendo una cadena que se ha perpetuado durante décadas y que ahora es más frágil que nunca.

Todos somos humanos y nadie nace enseñado. Y los entrenadores comentemos muchos errores. Pero es fundamental intentar minimizarlos al máximo porque, quien sufre esos desaciertos, son personas con sentimientos y con un corazón vinculado al deporte. Y una mala docencia en la base, implica una pérdida de talento a borbotones. El tenis nos seguirá dando éxitos a medio plazo, pero si descuidamos la formación de nuestros formadores, nos acabaremos desangrando.

Afortunadamente en España tenemos entrenadores con unas grandes capacidades, que pueden guiar a futuros formadores a ser buenos en su profesión. Busquemos esos referentes que nos ayuden a ser mejores, que nos enseñen a creer que con la actitud adecuada y tomando las decisiones correctas podemos ayudar a grandes deportistas a conseguir cosas increíbles en su carrera. Y sus éxitos, serán también los nuestros.

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Anabel Medina

Anabel Medina

Anabel Medina Garrigues (1982, Torrent) es una tenista española que ha competido en el circuito profesional desde 1998. Ganó varios títulos del circuito challenger y del circuito profesional WTA, tanto en individuales como en dobles. Participó representando a España en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, obteniendo la medalla de plata en el torneo de dobles femenino. Tras su retirada comenzó su carrera como entrenadora. En 2017 fue designada capitana de la Copa Federación de Tenis.